Dormía. Dormía como ella hace mucho no hacía. Yo la miraba. La miraba con tristeza, algo de rabia y mucha ilusión. Tomé la caja de cigarrillos que tenia en mi bolsillo. Pensé fumar uno. Repentinamente ella se movió con fuerza. Miré la caja de cigarrillos. Busque la caneca más cercana. Le acaricié la frente. Le toqué los labios. Puse mis manos en su cintura. Su cuerpo estaba cálido. ¿Cómo era posible que estuviera a mi lado, que pudiera tenerla pero que al contrario estuviera muy lejos de mi? ¿Cómo era posible que estuviera tan sumida en un sueño? ¿Cómo podía despertarla de su coma? ¿Cómo era posible que fuera tan diferente de despertarla por las mañanas? Su cara de dolor, su cara de creer comprenderlo todo mientras dormía, solo me hacia sufrir. Tenía esperanzas de que con un cambio todo fuera mejor. Yo sabia que no existía cambio que nos ayudara, lo único que nos podía salvar era estar juntos como siempre, sin excusas, no se necesitaba ningún cambio. Entonces apreté mis dientes tan fuerte como pude y me tendí a su lado. Olí su pelo. Olía tan bien como siempre. Ese olor que me hacia feliz. Que me subía hasta el cielo. Ese olor que no puedo describir, pero que olía a inocencia, a amor y a maternidad. Pasé un buen tiempo pensando toda la falta que me hacia y que, aún así, ella parecía decidida a querer estar menos tiempo conmigo. Ella quería dormir. Me aseguré de que la puerta tuviera seguro puesto. No quería que ningún doctor entrara y me viera ocupando la camilla de una paciente.
Me sentía tan impotente. ¿Cómo podía ayudarla, o bueno, ayudarnos? ¿Cómo detener aquella tendencia suicida de ella de querer destruir todo lo que era nuestro? ¿Cómo decirle que no pretendía cambiar nada y que quería que todo fuera como siempre había sido? La abracé fuertemente, le prometí que iba a estar con ella hasta las últimas, que iba a sufrir lo que hubiera que sufrir para estar a su lado la mayor cantidad de tiempo. Pensé cual es esa maldita cualidad de los hombres de no darnos cuenta de lo que tenemos hasta que empezamos a perderlo. No pude contenerme. Lloré y finalmente caí dormido. Ahora lo que ocurrió a continuación no estoy seguro como sucedió ni se si fue real, pero yo lo viví, lo sentí y lo padecí.
Ahí estaba ella. No se donde estaba, era una pradera enorme. El pasto era blanco y el cielo gris. Su piel era morena, como era su piel. Estaba descalza. Tenia un largo vestido blanco que el viento acariciaba de oriente a occidente. Podía entrever sus hermosas piernas. Su pelo rizado seguía la misma dirección del viento. Estaba de espaldas. Traté de caminar hacia ella. Mis piernas pesaban. Era la culpa. Sabía bien que si ella estaba en ese estado era por mi culpa. Dolía dar pasos, pero tenia que darlos por ella. Paso tras paso, pensaba en todos los besos que nos habíamos dado. Pensaba en todas las veces que habíamos peleado. Paso y otro paso. Paso tras paso pensé en todas las distancias que había inventado para describir el largo de mi amor por ella. Paso tras paso recordaba de principio a fin la vida que habíamos compartido. Paso tras paso pensaba en el futuro que habíamos prometido compartir que cada vez parecía alejarse más. Entonces no pude avanzar mas. Intenté por todos los medios mover mis piernas, pero simplemente estaba atado al piso. Sonó aquello que nadie nunca ha escuchado antes, un sonido terrorífico, aquello que ningún animal, insecto o humano puede escuchar. El cielo se desprendió. Nube por nube se incrustó en el suelo. El vapor se volvió plomo, el cielo se oscureció y las estrellas aquella noche se escondieron tras el sueño de un amor herido. La mire. Estaba quieta. No había ya viento que le diera armonía a su pelo. Sentí un cosquilleo en mis pies. El suelo se volvió arena, se volvió polvo. Miré al frente asustado y la vi a ella. Tan cerca como la tuve aquellas silenciosas noches en que le prometí estar con ella por siempre. Entre en pánico. Nunca había estado tan hermosa. Sus ojos cafés resaltaban entre su castaño pelo de dos colores y el blanco de su vestido. Su boca se era tan hermosa como cuando la conocí, como cuando eramos jóvenes. Empezó a llorar, empezó a gritarme, a reclamarme pero yo no podía escuchar su voz. Sin embargo sabía exactamente lo que me estaba diciendo. Yo acepté que tenia la culpa. Ella guardó silencio. Recostó su cabeza contra mi unos segundos. Yo tomé su cadera y besé su cabeza. Entonces se separo de mi, me miro con ternura y me preguntó algo. Algo que logré adivinar con solo entender el movimiento de sus labios. Me dijo: "Desperté". Yo sonreí con ternura y le dije conteniendo con todas mis lagrimas: "No amor, cada vez estas mas dormida". A ella esto no pareció importarle y vi determinación en sus ojos aunque no demoré en distinguir el sufrimiento. Empezó a mover su boca, esta vez dijo mucho a lo que no pude responder porque no entendí nada de lo que dijo. Sin embargo, por su movimiento de manos logré entender que se quería separar de mi. Yo empecé a rogar como pude que no lo hiciera. Esta vez mi cuerpo se quedó quieto y mi voz se escondió para siempre, sin embargo, eso no me impidió intentar hablar.
"¿Es esto necesario? Yo no quiero que nada cambie. Te amo. Por favor no lo hagas, no lo destroces." fueron varias cosas de las que intenté decirle de uno u otro modo. Ella estaba determinada. Aunque sufría. Y Y entonces la luz se empezó a desvanecer. Ella de a poco, dejo de estar ahí. En cuestión de segundos no pude verla más. Oscuridad total. El ambiente se llenó del olor de su pelo. Me acurruqué en el suelo pues tuve miedo de perder el equilibrio. Las lagrimas empezaron a escurrirse de mis ojos, mientras intentaba entender lo que sucedía. Empecé a sentir dificultad para respirar. Empecé a toser, a inhalar con fuerza y rapidez. Empecé a sufrir. El oxigeno se acababa en aquella misteriosa habitación. Grite. Pedí perdón. Dije perdón tantas veces como me fue posible, después de todo era la palabra que mejor sabía usar. Le pedí perdón mil veces hasta que mis piernas se quedaron sin fuerza. Caí sin opción al piso. Sonreí porque a pesar de todo tenia que agradecer que hubiera aparecido en mi vida, que me hubiera llenado de felicidad y me hubiera ayudado a sentir amor. No quería que se fuera de mis manos, pero no podía hacer nada más. Mis ojos se cerraron aunque no quisiera. Aunque no viera nada, tener los ojos abiertos me daba esperanza. Pronto me resigne y le dije mis últimas palabras: "¿Así es como termina vida? Veamos como se derrumba el hermoso puente que construimos juntos. Sostén mi mano. No la dejes ir, solo espera a que ellas se suelten." Siempre fui un iluso.
Esa mañana la gente se despertó con una conmovedora escena. En una habitación de un hospital, el sufrimiento que padeció una pareja movió la ciudad entera. Cuando entraron los doctores encontraron una mujer tendida sobre el cuerpo de su novio. Tenía muchos cables en la mano. Lloraba desconsoladamente. Esa mañana aquella mujer no pudo soportar el sufrimiento, tomó la iniciativa y desconecto a su pareja. Ella diría que fue el amor de su vida. Yo hubiera preferido que no lo hiciera. Pero ella quería un cambio y yo no podía hacer nada al respecto. Seguro hubiera podido despertar si no quisiera tanto un cambio. Pero como dije, soy un iluso. Me sumergí tanto en mi sueño que llegué a pensar que la del coma era ella. ¡Ja! Que iluso. Soy un idiota.